Casi 700 millones de personas en todo el mundo viven en situación de pobreza extrema y subsisten con menos de USD 2,15 al día, esto es la línea de pobreza extrema.
Después de muchas décadas de reducción sostenida de la pobreza, grandes conmociones y crisis provocaron la pérdida de tres años de avances entre 2020 y 2022. Los países de ingreso bajo, que experimentaron un aumento de la pobreza durante este período, aún no se han recuperado y no están eliminando esas diferencias.
En el punto medio del plazo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el mundo está mal encaminado. Al ritmo de avance actual, el mundo no alcanzará el objetivo global de poner fin a la pobreza extrema para 2030 y, según estimaciones, casi 600 millones de personas seguirán debatiéndose en la pobreza extrema en esa fecha.
La pobreza extrema se concentra en lugares donde será más difícil erradicarla: partes de África, zonas afectadas por conflictos y áreas rurales. Las perspectivas son también desalentadoras para casi la mitad de la población mundial, que vive con menos de USD 6,85 al día, el indicador utilizado para los países de ingreso mediano alto.
Los niños tienen el doble de probabilidades que los adultos de vivir en extrema pobreza. Si bien representan solo el 31 % de la población total, ellos constituyen más de la mitad de las personas en situación de pobreza extrema.
Es fundamental abordar todas las dimensiones de la pobreza. Los países no pueden combatir adecuadamente la pobreza y la desigualdad sin mejorar también el bienestar de las personas, y ello incluye el acceso más equitativo a la salud, la educación y la infraestructura básica.
La desigualdad sigue siendo inaceptablemente alta en todo el mundo. El año 2020 fue un punto de inflexión, cuando la desigualdad mundial aumentó por primera vez en décadas, ya que las personas más pobres soportaron los costos más altos de la pandemia. Las pérdidas de ingresos de los más pobres del mundo fueron el doble que las de los más ricos. Los más pobres también sufrieron grandes retrocesos en materia de salud y educación que, si no se abordan con medidas de política, tendrán consecuencias duraderas en sus perspectivas de ingresos en el futuro.
Las desigualdades en materia de ingresos, educación y oportunidades están interconectadas y se deben encarar de manera conjunta. Reducir las desigualdades de oportunidades y de ingresos entre las personas, las poblaciones y las regiones puede fomentar la cohesión social y aumentar el bienestar general.
Los encargados de formular políticas deben redoblar sus esfuerzos para hacer crecer las economías [de sus países], protegiendo al mismo tiempo a los más vulnerables.
La educación, el empleo, la reeducación son quizás algunas de las vía más segura para reducir la pobreza y la desigualdad.
Si se empodera con determinación a las mujeres, las niñas y los jóvenes, el impacto se multiplica aún más en las comunidades y entre generaciones.